13 de julio 2020.
El País.
Entrevista con el epidemiólogo Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas y el rostro más reconocible del grupo de trabajo de la Casa Blanca contra la pandemia.
El epidemiólogo Anthony Fauci está acostumbrado a luchar contra enemigos visibles e invisibles. Delgado y de voz ronca, a los 79 años es el rostro más reconocible del grupo de trabajo de la Casa Blanca sobre la crisis del coronavirus. Durante semanas, acompañó al presidente Donald Trump y el resto del equipo en las ruedas de prensa diarias en las que hizo de las enmiendas a su jefe todo un arte. Si el mandatario pedía calma —“Relax, está yéndonos bien”—, Fauci apuntaba con la misma serenidad: “Lo peor está por llegar”. Si Trump cantaba las bondades de un tratamiento para la malaria como método contra la covid-19, el científico calificaba las pruebas de “anecdóticas”, pero negaba cualquier contradicción: “Lo que decimos no es tan distinto. El presidente se siente optimista, es su sentimiento”.
Anthony Stephen Fauci (Nueva York, 1940) tiene instinto en el laboratorio y en los círculos de poder de Washington. Hijo de un boticario de Brooklyn de origen italiano, lleva desde 1984 al frente del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas y ha trabajado con seis Administraciones distintas. De Reagan a los dos Bush, pasando por Bill Clinton, Barack Obama y Trump. Desde su puesto lideró la respuesta del Gobierno ante una desconocida epidemia de sida que acababa de estallar y se enfrentó al brote de ébola y al del zika. Un episodio ayuda a entender su figura. Un día de 1988, cuando eran frecuentes las manifestaciones contra la Administración por su respuesta al sida, un grupo marchó sobre el campus del instituto, en Maryland, para reclamar más ensayos experimentales. Fauci pidió al FBI que no arrestase a nadie e invitó a varios activistas a su despacho. Habló con ellos, trazó una relación de confianza y nunca la rompió.