17 de abril 2020.
El País.
Los vecinos de Apatzingán andan preocupados estos días por el cierre de pizzerías en Manhattan y de fábricas de zapatos en Chicago. Esta ciudad del Estado de Michoacán, en el centro de México, vive abrazada a los vaivenes económicos de Estados Unidos. No solo por sus exportaciones de limón y papaya, sino también por las cuantiosas remesas que recibe de las familias que emigraron al vecino del norte para probar suerte. Con la crisis económica desatada por el coronavirus y la caída de los envíos de dinero, ese abrazo se ha vuelto un ancla. En México está en juego la solvencia de los más de dos millones de hogares que las reciben.
Las remesas son un lubricante importante para una economía estancada como la mexicana. Son la segunda mayor fuente de divisas extranjeras y representan alrededor del 3% del PIB del país, tercer receptor a escala mundial, solo por detrás de India y China. En Estados como Michoacán o Oaxaca, con un 46% y un 66% de la población en pobreza respectivamente, los envíos de dinero suponen más del 10% de la economía local. Desde la crisis de 2008, estos no han parado de crecer y en 2019 alcanzaron la cifra récord de 36.048 millones de dólares, un 40% más que diez años antes. La predicción era que este año superaran los 38.000 millones. Pero llegó el virus.