9 de octubre 2020
The New York Times
Por
Es colaborador regular de The New York Times.
La lógica del espectáculo mediático es imbatible y el presidente de México la tiene dominada: donde la política constata un fracaso terrible, el espectáculo encuentra una posibilidad exitosa, distraer.
Una de las primeras enseñanzas que recibí, cuando hace treinta años comencé a escribir guiones para la televisión, me la dio un cubano que —para ese entonces— era asesor dramático de un canal en Venezuela. Se llamaba Tabaré Pérez y era un hombre ingenioso y con mucho sentido del humor. Un día le consulté sobre una historia que debía alargar por varios capítulos. Después de escucharme, quiso saber si la protagonista tenía hijos. Al ver mi cara de desconcierto, disparó a quemarropa: “¿Para qué se tiene un niño en una telenovela?”, me preguntó, con inconfundible acento habanero. Y ante mi silencio, se contestó él mismo rápidamente: “¡Para que lo secuestren!”.
La lógica del espectáculo mediático es imbatible. No respeta ninguna convención, no se atiene a ninguna norma. Es la lógica que mueve a Donald Trump. Cuando actúa de manera grosera e irritante en el debate, solo se comporta como un animal de la televisión: sabe que el insulto personal da más rating que la discusión política. Todo en él parece siempre una puesta en escena. Tanto que, cuando se da la noticia de su contagio de la COVID-19, una buena parte de la audiencia se pregunta si solo se trata de otro falso suspenso, si la enfermedad está realmente en su cuerpo o es parte de un libreto. Pero Trump no es un caso único. También en México, ahora se desarrolla una nueva telenovela.