20 de mayo 2020.
El País.
Se necesitará otro milagro para que el presidente de México descienda del pedestal en el que él mismo y sus aduladores lo han puesto.
Andrés Manuel López Obrador no ha traicionado sus banderas, pero en más de un sentido se ha traicionado a sí mismo. Sigue siendo fiel a su obsesión de beneficiar a los pobres y combatir la corrupción, pero al llegar al poder ha dejado de lado al hombre modesto y discreto que parecía ser. O quizá simplemente traicionó al ser humano que habíamos construido en nuestra cabeza.
Supongo que hubieron muchas señales, pero a mí me produjo una opresión angustiante en el pecho observar a un Andrés Manuel sonriente y feliz, dejándose rodear por niños de primaria que cantaban un himno plagado de loas a su persona. El luchador social que yo aprecio habría tenido un ataque de pudor ante la burda exaltación del culto a la personalidad y de coraje ante la obvia manipulación de los pupilos por parte de un maestro oportunista. Pero el Andrés Manuel que se observaba en el vídeo claramente disfrutaba del momento, consciente de estar siendo filmado, en una escena que en el mejor de los casos era una mala copia del Evangelio y, en el peor de ellos, una pieza propagandística digna del regordete Kim Jong-Un de Corea del Norte.